Siglo XIX:
A mediados del siglo XIX, con el
nacionalismo musical, el centro geográfico en cuanto a creación e innovación
pasó de París a San Petersburgo, donde el Ballet Imperial alcanzó cotas de gran
brillantez.
La figura principal en la conformación del ballet ruso fue Marius
Petipa, que introdujo un tipo de coreografía narrativa donde es la propia danza
la que cuenta la historia. Hizo ballets más largos, de hasta cinco actos,
convirtiendo el ballet en un gran espectáculo, con deslumbrantes puestas en
escena.
Destacan tres obras
excepcionales: La bella durmiente (1889), El cascanueces (1893) y El lago de
los cisnes (1895). A nivel popular, el baile más famoso de la época fue el
can-can, mientras que en España surgieron la habanera y el chotis.
SIGLO XX:
Después de la I Guerra Mundial,
las artes en general hacen un serio cuestionamiento de valores y buscan nuevas
formas de reflejar la expresión individual y un camino de la vida más dinámico.
En Rusia surge un renacimiento del ballet propiciado por los más brillantes
coreógrafos, compositores, artistas visuales y diseñadores.... Con la
Revolución soviética el ballet ruso pasó a ser un instrumento de propaganda
política, perdiendo gran parte de su creatividad. Paralelamente a la revolución
del Ballet surgieron las primeras manifestaciones de las danzas modernas.
La danza expresionista supuso una
ruptura con el ballet clásico, buscando nuevas formas de expresión basadas en
la libertad del gesto corporal, liberado de las ataduras de la métrica y el
ritmo, donde cobra mayor relevancia la autoexpresión corporal y la relación con
el espacio.
Isadora Duncan, que introdujo una nueva forma de bailar, inspirada
en ideales griegos, más abierta a la improvisación, a la espontaneidad.
SIGLO XXI:
La danza posmoderna introdujo lo
corriente y lo cotidiano, los cuerpos ordinarios frente a los estilizados de
los bailarines clásicos, con una mezcolanza de estilos e influencias, desde las
orientales hasta las folklóricas, incorporando incluso movimientos de aerobic y
kickboxing.